martes, 8 de abril de 2014

RELATO DE LA PASIÓN A LOS OJOS DE LA SAMARITANA

RECORRER EL CAMINO DE LA CRUZ CON LA MUJER DE SAMARIA


 
 
Esta es una propuesta de meditación con el camino de la Cruz para este tiempo de Cuaresma y de Semana Santa, caminando al lado de la samaritana.
Es fruto de la reflexión de Andrés Felipe Arias Leal, seminarista de tercer año de Teología del Seminario Mayor de Bogotá. A todas y a todos nos puede ser provechoso seguir el relato de la Pasión del Señor acercándonos a la sensibilidad de la mujer del pozo de Sicar que en el diálogo profundo con el Maestro descubrió al Mesías.    

I Estación Jesús es condenado a muerte

Eran días agitados en la gran capital Jerusalén, días de mucho ruido y afanes, personas que venían en procesión de distintos lugares, comerciantes de todo tipo de mercancías que entraban a ofrecerlas de la manera que fuera al pueblo, pues la pascua revolucionaba completamente a todo el que se llamara Judío en el mundo; todo tipo de hombres y mujeres de muchas nacionalidades venían a la ciudad de David, al templo del Señor; y ella, una mujer de Samaría, estaba allí sin ninguna culpa, ya antes se la habían quitado de encima, la habían hecho sentir igual de importante a cualquier persona, a cualquier judío.

Hay un tema del que oye hablar mucho, mientras hace sus compras y observa a la multitud; algo de un condenado, de un supuesto maestro que fue capturado la noche anterior en el huerto de los olivos, un tipo de profeta que fue juzgado, y que fue condenado a muerte; es extraño, se habla más de eso en la ciudad que de la misma pascua; algo no anda bien, esos comentarios han sido capaces de perturbarla, e incluso de robarle la paz del corazón, que hace un tiempo aquél hombre le había dado… no será que el condenado… No!, imposible.  Se sintió curiosa, y decidió dirigirse al pretorio, dónde todo esto estaba sucediendo, la curiosidad fue la que la llevó, pero la tristeza y la desesperación dominaron su corazón cuando llegó allí, y reconoció a aquel maldito condenado… si, aunque desfigurado era Él, ese hombre que no solo le había devuelto la paz, sino que le había dicho todo sobre ella, la había levantado de su pecado, y le había devuelto su dignidad como mujer y como ser humano;  aquel maestro, aquel condenado era Jesús…

¿Soy consciente del sacrificio que Jesús hizo por mí?

II Estación Jesús carga con la cruz

Entre las lagrimas y los sollozos que no pueden quedarse dentro de sí, la mujer ve impotente aquel instrumento de tortura que van a usar para dar muerte ese hombre que después de mucho tiempo al fin la había hecho sentir viva… un cruz, pero, ¿Qué habrá hecho este hombre para merecer semejante castigo? Le parece verlo aquel día en el pozo de Jacob cuando lo conoció… aquel día que fue el primero del resto de su vida, allí la cruz era el ardiente sol que quemaba, aquel sol que ella tenía que aguantar al no querer encontrarse con nadie en ese pozo; estaba cansada de las injurias y de las burlas, de los chismes y de los desplantes que recibía por su condición, por su pasado, por su historia; por eso prefería soportar el inclemente sol, antes que los comentarios de su Gente… y allí en ese infierno que vivía por fuera y por dentro, este Hombre la sacó del anonimato, la reconoció, le habló… le quitó la cruz de la soledad de sus espaldas, la cruz de su aislamiento total, y ahora es Él quien carga con la pesada cruz de la injusticia…

¿Cuál es mi cruz más pesada, y cuál es la cruz que impongo en la espalda de los demás? 

III Estación, Jesús cae por primera vez

Lo sigue de lejos en su camino, tal vez ya ha dejado de preguntarse por qué, sólo quiere seguirlo en este trecho, mirarlo, hacerle saber que ella estaba allí acompañándolo, sin importar las circunstancias; cuando de pronto, el peso de la cruz lo vence, y cae al suelo, aplastado por el peso del madero; un grito se escapa de lo más profundo de su corazón, tal vez, fue más fuerte en su interior de lo que se alcanzó a escuchar en ese momento; y no pudo evitar recordar la primera vez que lo vio, allí en el pozo donde lo conoció; estaba sentado bajo el inclemente sol del medio día, y estaba cansado del camino, si, cansado del camino, como hoy; sólo que en ese momento, el cansancio se repuso en su compartir con ella, con el agua que ella le alcanzó del pozo; hoy, ese cansancio no solo es del cuerpo, sino del corazón, se le nota más que casado, triste; con una mirada llena de melancolía, pero extrañamente llena de amor; ese día el cansancio era sólo de su cuerpo, pues sus ojos revelaban una luz potente que penetraba hasta lo más profundo de la vida;  hoy su mirada es de decepción, casi de lástima; no por Él, sino por aquellos que le están haciendo esto. Después de varios insultos , se levanta, con paso cansado pero firme, pues su caída, al igual que su cansancio, nunca fueron obstáculo para llegar a la meta; no fueron obstáculo para que Él llegara a su corazón aquel día, y le diera el descanso que ella realmente necesitaba, pero que no pensaba merecer, el descanso de sentirse amada.

¿Cuáles son mis cansancios más profundos, y cómo los venzo?

IV Estación  las mujeres de Jerusalén

Asciende hasta el Gólgota aquella procesión de muerte, que entre injurias, insultos y chiflidos, va llevando a Jesús hacia su destino, hacia su fin; ésta mujer siente en su corazón el deseo de ir y acercarse a Él, consolarlo, decirle que no está solo, pero ¿Quién en esta ciudad permitiría que una mujer se le acercase? Y mucho menos una samaritana; no solo sería inaceptable, sino también motivo de una golpiza; sus miedos han regresado, su sentimiento de inferioridad al sentirse mujer y samaritana, en esta cultura marcada mor un machismo malsano y un nacionalismo absurdo, vuelve a aflorar; ese sentimiento que él, en otro tiempo, había hecho desaparecer de su corazón con su cercanía, con su comprensión. De pronto ve que unas mujeres judías se acercan a Él; al parecer las conoce a todas, con su rostro afligido de dolor lo abrazan y lo lloran; recuerda ese momento en el que la gente de su pueblo, después de haberles contado lo que Éste hombre había hecho con ella, fueron a su encuentro, y quedaron fascinados; tanta era la autoridad de sus palabras, tanto el poder que salía de su boca, que no solo les paso a ellos, sino a mucha gente con la que Él se cruzó en su vida; transformó tantas historias, y aquí se ve patente; en estas mujeres arriesgadas que no temen ir a su encuentro, aguantando los insultos y golpes, solo por verle una vez más y sentir que alguien las ama, que esa muerte también es para ellas.

¿Me he sentido amado por Dios? ¿Cuándo? 

V Estación Jesús Cae por segunda vez

De nuevo, las fuerzas se agotan, y el madero pesado, como un golpe seco en la cabeza, cae sobre Él; ella no puede mirar, no quiere hacerlo, y cierra sus ojos para no verlo sufrir; pero su grito de dolor, y los insultos de los Soldados, no se lo permiten. En ese momento no pudo evitar recordar sus propias caídas… fueron tantas, tan profundas, su vida estuvo siempre marcada por el suelo donde vivía; no la amaban ni la respetaban, tal vez por eso buscaba cualquier muestra de deseo como recompensa momentánea de amor; tuvo que besar el suelo muchas veces al besar los labios de tantos hombres, de tantos ídolos inútiles que nunca le dieron nada más que vergüenza y culpa; pero éste hombre fue diferente, fue quien la levantó de ese suelo frio y áspero, sin necesidad de tocarla le dio todo el amor que ella anhelaba, que ella buscaba; y ahora ella quería levantarlo, pero no podía, la gente, la guardia, el dolor, todo estaba en su contra y se lo impedían; ahora Él estaba en el suelo, pero se levantó y siguió con entereza y decisión; conocía el suelo, por eso pudo levantarla del mismo.

¿Cuáles han sido mis caídas? ¿Ya me he dejado levantar por Jesús?

VI Estación La mujer lava el rostro de Jesús

Está a punto de terminar el camino, pero a ella se le ha hecho eterno, nunca pensó sufrir tanto al ver el padecimiento de alguien más, pareciera que la conexión que se generó aquel día, fue mucho más fuerte y profunda de lo que ella había pensado. En ese momento, Jesús se detiene  para tomar algo de fuerza, su rostro esta deformado por los golpes, la sangre y el sudor; sus fuerzas ya no dan más; en ese momento, la mujer siente una llamarada ardiente en su corazón, fuerte e intensa, que la impulsa a tomar su velo, y salir al encuentro de Jesús para limpiarle el rostro; sabe dentro de sí, que esto es una locura, no solo está el impedimento de ser mujer, y de ir sola a su encuentro, sino de ser extranjera, una pagana impura; no le importa, o tal vez sí, pero sus piernas ya se están moviendo, el amor que en su corazón se acaba de encender es más fuerte que el miedo; más fuerte que la simple cortesía de no romper las reglas. De un salto llega a su lado, y se arrodilla para secarle la cara con su velo, le toma del mentón y lo levanta, descubriendo sus ojos, esos ojos penetrantes y profundos, que no solo reflejan una convicción potente, sino que descubren todo lo que hay en su propio corazón; esos ojos que, sin haberlos visto muchas veces, siente que los conoce desde siempre; esos ojos que marcaron su vida y su historia completamente.

No compartieron ninguna palabra, sólo el lenguaje profundo de las miradas; pareciera que en ese sólo instante, él tomara toda la angustia que ella sentía y la sacara de su cuerpo; sentía dolor, si, pero no desesperación; parece que esto es algo que él tiene que hacer para cumplir la voluntad del que lo envió, como tantas veces repitió en esos dos días en que vivió en su aldea; ella ni siquiera sabe si la reconoce, pero se siente tan amada como la primera vez que lo vio. De pronto un fuerte empujón la saca de escena “¡Apártate Mujer!”, el soldado Romano la aparta del camino, y levanta a Jesús a la fuerza; ella queda en el suelo, apretando contra su pecho aquel pedazo de tela, y con su mente y su corazón inundados por esa mirada, por esas palabras silenciosas que destruyen su miedo y transforman nuevamente su historia. Se levanta y decidida va hacia adelante, su semblante ha cambiado, hay lagrimas, pero no miedo; va a acompañar a Jesús hasta la cruz.

¿Cómo está mi oración, mi encuentro personal con Jesús?

VII Estación Jesús es despojado de sus vestiduras

Después de haber quedado un poco atrás, se adelanta entre la gente, muchos curiosos, y otros burlones, no entienden la fuerza de este momento en su vida. Llega adelante, y descubre que Jesús ya ha llegado al Gólgota, entonces ve cómo los soldados le quitan las vestiduras y se juegan su manto a suertes; está ahí, desnudo, sin nada par Sí, pero aún así sigue teniendo un aire de autoridad y serenidad en medio del cansancio y del dolor. En ese momento, recuerda cómo Él mismo, al lado del pozo, desnudó completamente su alma: “Trae a tu marido”, “ no tengo Marido” “Dices bien, pues has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido tampoco”; allí, realmente se sintió desnuda, sintió como su pasado se abría ante ella como un rollo de pergamino blanco, y que Él estaba allí con ella mirándolo, no con ojos de juicio ni de mala intención, sino con ojos de Misericordia; Jesús también la había despojado de sus vestiduras, de sus vestiduras de miedo y de falta de amor; de decepción y de anonimato, y no de manera violenta, sino con una ternura indescriptible; Él mismo, ahora desnudo y despojado de todo, fue capaz de sanar las heridas de su alma desnuda, y de ayudarla a verse a sí misma tal cual es, sin asco, sin culpa; sólo con amor.

¿Qué ropajes de apariencias llevo en mi cuerpo?



VIII Estación Jesús es Crucificado

Se acercan los Soldados a Jesús, y lo ponen sobre la cruz, estiran sus miembros y uno a uno los van clavando a la madera con el sordo sonido el mazo en la estaca; acompañando de este sonido, está el grito de dolor de Jesús que sólo logra estremecer más y más el corazón de la samaritana; siente esos clavos como en su propia carne, y esos gritos como si salieran de lo profundo de su alma. Después de esto, Jesús es levantado en la cruz, y puesto entre dos bandidos; en ese momento la mujer recuerda el diálogo que sostuvo con Él en el pozo: “Sé que vendrá el mesías…” “Yo soy, el que habla contigo” ese día, su corazón recobró la esperanza que antes había perdido; “aquí está el Mesías, y es Él quien me conoce, me sana, y me ama”. Pero en este momento, una profunda noche se cierne sobre su corazón, y duda de Jesús como Mesías; ¿Cómo puede morir así el Mesías? Se pregunta ella; en ese momento alza la mirada y lo ve allí en lo alto, parece pobre, pero es rico, y sus brazos extendidos parecen como si quisieran abrazarla; allí comprende que el Mesías no es como se lo había imaginado, nada de lo que vivió con Él en el pozo, en su aldea y ahora en este camino puede ser mentira; el Mesías es ofrenda, es sacrificio es amor; y no hay mayor amor que el de este hombre que pudiendo ser libre, se sigue sometiendo a este ultraje pero ¿Por qué lo hace? En ese momento escucha un leve susurro en su corazón “Por Amor a Ti”.

¿Qué dudas he encontrado en mi camino de fe? 

IX Estación Jesús siente sed

La escena es muy triste, el condenado está sólo, los soldados Romanos se juegan lo que queda de sus vestiduras con un dado, los judíos pasan y agachan la cabeza ante la vergüenza de ver a este blasfemo en la cruz; hay un ambiente de odio y de nostalgia en el aire que la mujer sólo puede respirarlo y sentirse igual de sola, igual de desnuda, igual de moribunda; en ese momento, Jesús exclama: “Tengo Sed” y la mujer siente un corrientazo que la lleva a su pasado; las primeras palabras de Jesús a ella fueron semejantes “Dame de Beber” así empezó todo, con un trago de agua; con una petición; así entró Jesús a su vida; la mujer recuerda las palabras de Jesús aquel día “Si conocieras el don de Dios y quien te pide agua, me pedirías a mí que te diera de beber”¿ A qué se refería con eso? De pronto, un soldado le alcanza una esponja a la boca empapada en vinagre, el cuál Jesús escupe al probarlo; cuan diferente es saciar la sed con agua que con vinagre, cuan diferente es un corazón dispuesto y dulce que uno amargo e insípido; la sed de Jesús es más profunda, es una sed de amor, una sed de dar amor y de transformar la historia de quienes lo acepten, éste es el don de Dios, Él mismo que aquí está entregándose a la muerte, la diferencia es que como respuesta a su sed, sólo encuentra vinagre. La mujer no puede evitar el llanto, se siente sola otra vez.

¿Cómo sacio la sed de Jesús?

X Estación Jesús Muere en la cruz

Ya va llegando la hora nona, y el cielo se está oscureciendo de una manera muy inusual; el viento parece agitado, y amenaza tormenta. Las aves parecen más inquietas de lo normal, pero todo esto pasa desapercibido para la mujer, quien embotada en su tristeza no puede hacer más sino llorar; de repente, se escucha un grito desgarrador “PADRE EN TUS MANOS ENCOMIENDO MI ESPÍRITU” y después, un profundo silencio se cierne en todo el ambiente,  Jesús ha muerto… La tristeza que venía acumulando la mujer en todo el camino, ataca su corazón como una fría daga de asesino; ha muerto… ha muerto quien le había dado nueva vida, quien había hecho de ella una mujer nueva. El llanto amenaza con salir nuevamente, cuando de repente cae en cuenta de las palabras que pronunció Jesús: “Mi Espíritu”… recuerda inmediatamente el día en que conoció a Jesús “llegará el día en que los que dan culto auténtico, adorarán al Padre en Espíritu y en verdad” “Dios es Espíritu” ¿por qué Jesús entrega su Espíritu al morir?… De repente escucha otra exclamación, esta vez de un soldado Romano “Verdaderamente este hombre era el Hijo de Dios” El Hijo de Dios; quien más pudo haberle dado nueva vida con sus palabras y su presencia, quién más pudo hacerla sentir amada, debe ser el mismo Dios, no se ha apartado de nosotros, aunque nosotros lo hayamos matado en una cruz.

¿En qué momentos dejo que Jesús muera en mi vida y en la de los que me rodean?
 

XI Estación El soldado Clava una lanza en el costado de Jesús

Ya no queda más, parece que el mundo hubiera terminado aquí, hay un extraño silencio alrededor, los colores no son tan intensos, y el frio es cada vez más penetrante. De repente, la samaritana ve que un soldado se acerca a Jesús y con su lanza le atraviesa el costado; de allí salen sangre y agua. La mujer recuerda su diálogo con Jesús “Quien beba del agua que yo le daré no tendrá sed jamás” ¿De qué agua hablaba Jesús? Aquí lo comprendió, el agua que salía de su corazón, su propia vida; Él mismo era quien iba a saciar su sed para siempre… ¿pero cómo? Si estaba muerto!! El agua viva se ha desperdiciado, ya no corre, está muerta… Ya no quedan esperanzas, aunque no puede negar que desde que lo conoció se ha sentido saciada, plena, viva! Esto no puede morir con Él, ¡No es Justo! Una vez más llora amargamente.

¿Confío realmente en Dios?

XII Estación Jesús Resucita

Después de todo este alboroto, y del impacto tan grande que la Samaritana había sufrido, volvió a casa; ¿Qué más podría hacer? Todo lo que había construido sobre si misma en este último tiempo, había muerto con Jesús en la cruz. Tuvo que esperar tres días para salir de la ciudad, el alboroto de los judíos entrando y saliendo, no la dejaban viajar tranquila; hasta que al fin, el primer día de la semana volvió a Sicar en Samaria. Ya iba llegando a casa, intentaba pensar qué sería de su vida de aquí en adelante; se sentía sola, perdida, pensó incluso en volver con aquel hombre con el que había vivido hace poco, y que había dejado definitivamente.  Pasó por el pozo de Jacob, y quiso detenerse a beber un poco de Agua, cuando un hombre se le acercó y le dijo “Dame de Beber”; la mujer quedó fría como un tempano de hielo y más rígida que una viga de metal; no articulaba palabra y casi ni podía pensar; no sólo sus recuerdos volvían a activarse abruptamente llevándola hasta aquel día en ese mismo pozo, sino que su lógica gritaba desde su interior, “no puede ser, yo lo vi morir”; ciertamente, había algo en su corazón que la impulsaba a creer pues no solo las palabras, sino la ternura con la que fueron pronunciadas era inconfundible. Dio la vuelta y lo vio, era Jesús, el mismo de aquel día, el mismo que dio sentido a su vida; imposible!! Gritó, tú estás muerto!! El la miró fijamente a los ojos, esos ojos que no podría olvidar nunca, que le revelaban completamente su corazón; no puede ser otro ES EL SEÑOR!! Se arrojó a sus pies llorando de alegría y confusión, Jesús la levantó y le dijo “No temas mujer hoy has recibido el don de la fe, la vida nueva que viene del Espíritu Santo” y era cierto, su corazón no era el mismo, su historia no era la misma, Era el mismo Dios quien había ido a buscarla, quien le había dado un agua viva que saltaba hasta la vida eterna, y que la había hecho nueva creatura. “ÉL ESTÁ VIVO” Fue lo único que su corazón y su mente repetían; su vida no volvió a ser la misma, ya no quedaba espacio para el miedo o para las dudas, solo había en el corazón la certeza de ser amada y de amar a alguien que ya la había amado primero y que le dio el don más grande que puede recibir alguien, La Vida.


¿Cómo he vivido mi bautismo? ¿Lo considero realmente un Don de Dios para mi vida?

 

1 comentario:

  1. La vida depende de mi, si claro, pero también depende de el amor que digo profesar por Jesús, no es solo decirlo, hablar es muy fácil, pero actuar, vaya eso si es muy diferente y pone a prueba muchas cosas y personas, debo preguntarme diariamente como estoy forjando mi camino a Cristo? conque argumento puedo decir que el ha llegado a traspasar mi vida después de su muerte en aquella cruz, si mis hechos han demostrado más lo contrarío, no justificándonos en que como yo no robo o no mato ya cumplo con mi amor a Dios, si no con el simple hecho de despreciar a otra persona aborreciendo en ella lo que no quieres dejar ver en ti, como con aquella samaritana, mi vida esta al servicio de Dios porque solo a El pertenezco, de el provengo y todo lo debo regresar con mucho esfuerzo para tener mérito de vivir, un sentido no tan superficial si no más sentido, más del corazón, Jesús nos enseñó que no basta solo con dar la vida por los demás si no que después de esto es necesario mantener este vivencia "viva" entre nosotros de verdad para que sea justificado por muchos más siglos. Bendiciones!!

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