ADVIENTO: TIEMPO PARA PEREGRINAR
La peregrinación en sus diferentes formas es el símbolo más adecuado para entender la vida del hombre, que se percibe fundamentalmente como camino hacia la eternidad, la verdad y la plenitud.
Casi siempre nos referimos al tiempo de Adviento haciendo eco a las palabras de Juan Bautista: Tiempo para preparar el camino del Señor, tiempo para allanar y enderezar la ruta. La liturgia de la Palabra de este primer domingo de Adviento del ciclo A nos centra, a mi parecer, en el lugar preciso a donde conduce la senda que preparamos. El objetivo no es la vía, si bien hay que esforzarse por enderezarla y limpiarla, la meta no es quedarnos en esta labor. Lo grande del adviento está en la culminación, el lugar hacia donde se peregrina y la persona a la que corremos a encontrar.
1. Peregrinar y habitar en Jerusalén
No cabe duda que Jerusalén es ante todo un lugar geográfico, físico, localizable en un mapa. El lugar al que todo creyente tanto judío como cristiano quiere dirigir sus pasos en peregrinación.
Isaías nos presenta una imagen muy linda de Jerusalén como lugar de donde emana la Palabra del Señor y como lugar imantado que atrae por su propia fuerza a todos los pueblos hacia ella. Todos son acogidos en esta Casa, todos tienen en ella su lugar, todos tienen derecho a gozar de su paz.
* ¿Hacia dónde peregrino?
* ¿Cuál es el propósito de mi peregrinación?
2. Estar en el Monte de los Olivos
Sin monte de los Olivos no se habla de Mesías, este es el lugar que los profetas marcan como su descenso seguro hacia la ciudad santa (Za 14,1-9). Estar en el monte de los Olivos equivale a estar atento a las señales que hablan de la llegada del Señor. Estas señales no son siempre fáciles de interpretar, nos confunden, nos hacen ir más allá para ser leídas en clave escatológica.
* ¿Existen señales en mi vida, en mi entorno, que me exijan una lectura nueva, desde la fe ?
3. Aprovechar la influencia y la santidad de los lugares, los tiempos y las personas
Sabemos como principio que solo Dios es santo y sabemos también que solo uniéndonos a la santidad suprema podemos acogerla en nosotros. Ella es fruto de la receptividad divina.
Una forma de santidad se encuentra en los lugares habitados por Dios y los hombres que lo buscan. En la Escritura la santidad de los lugares posee una dinámica concéntrica, de lo pequeño a lo grande y de lo grande a lo pequeño. Parte del Santo de los Santos, hacia el Templo entero, prosigue con la ciudad de Jerusalén, se abre a Judá y por último al Mundo entero. Pero hay siempre una búsqueda del lugar por excelencia del que emana la santidad y por ello se da un retorno al centro.
Existen también tiempos que marcan la santidad, ritmos que van dando cadencia a la vida litúrgica de la comunidad creyente y tiempos personales que dan consistencia a la vida del creyente.
Por último se debe hablar de una vida de santidad que es en la que todo se integra.
* ¿Lugares, tiempos y vida se integran en mi búsqueda del Señor?
4. Acoger al Mesías
El fin último de nuestra peregrinación, de habitar la santidad y de ir trasformando nuestra existencia en una vida santa es el encuentro con el Mesías. Encuentro cotidiano y gran encuentro final. Por encima de todo tiempo y lugar, la razón más profunda de la peregrinación cristiana es la conversión al Dios vivo a través del encuentro consigo mismo. Así peregrinamos hacia el Mesías y él se hace camino hacia nosotros en cuanto nos abrimos camino por la historia para llegar hasta donde está él: “Si Él no hubiera tenido voluntad de ser camino, extraviados andaríamos. Hízose, pues, camino por donde ir. No te diré ya: ‘Busca el camino’. El camino mismo es quien viene a ti. Levántate y anda” (SAN AGUSTÍN, Sermón 141,IV,4).
* ¿Es Jesús de Nazaret verdaderamente el Mesías para mí?
* ¿Qué implicaciones trae en mi vida
el reconocerlo y caminar hacia él?
el reconocerlo y caminar hacia él?
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